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Las informaciones contenidas en este blog pueden desentrañar importantes aspectos del argumento, incluso del final de la película o novela en cuestión.

jueves, 28 de enero de 2010

Distrito 9

Más Sociología - Ficción, o no tan "ficción".


Sorprendente es un buen calificativo para Distrito 9. Pensé que era una película sudafricana y resulta que es neozelandesa. Pensé que sería ciencia ficción y es sociología pura. Pensé que me iba a aburrir y me… sorprendió (vaya, eso ya lo había dicho).

Su director, Neill Blomkamp, nos ofrece una película entretenida que además te hace pensar, pero con un cierto toque de humor y sin melodramatismos melifluos.

La acción podría decirse que transcurre en la actualidad, aunque comienza hace veinte años, cuando una enorme nave espacial se sitúa justo encima de Johannesburgo. Pero no dan señales de vida, nadie sabe a qué han venido.

A los tres meses se deciden a forzar la entrada en la nave y para su sorpresa se encuentran con unos extraños seres, con un aspecto entre insecto y lagarto. Están sucios, desnutridos y si en algún momento han tenido los conocimientos adecuados para construir semejante nave, ahora parecen haberlos olvidado. Son como un millón de parias espaciales incapaces de subsistir por su cuenta y algo hay que hacer con ellos. Urgentemente.




La solución de agruparlos todos en una especie de campo de refugiados en las afueras de la ciudad no parece ser la ideal, pero de momento no había otra.

Ahora han pasado más de veinte años. Los “bichos”, la gente les llama así por razones obvias, son ya casi dos millones que viven hacinados en su ghetto sin que puedan acceder a distintas zonas exclusivas para humanos.

Por su aspecto, sus costumbres y en general su manera de vivir, las relaciones entre las dos especies es muy, muy problemática. La gente no les quiere cerca y clama porque se vayan ¿pero dónde?.

Curiosamente los que parecen más descontentos son personas “de color”, que hasta hace poco sufrían la misma intolerancia en sus propias carnes. De hecho, los carteles que marcan las zonas de exclusión para los alienígenas recuerdan intencionadamente a los que hasta mediados de los 80 marcaban las zonas de exclusión amparadas por las leyes del Apartheid.

El quid de la cuestión se plantea cuando la MNU (Multi National United), una empresa privada encargada de gestionar los asuntos con los alienígenas, asume la tarea de trasladar el asentamiento lejos de Johannesburgo. El responsable es Wikus Van De Merwe (Sharlto Copley), un antihéroe más bien pusilánime al que le viene grande la tarea. Es un hombre de paja designado por la empresa que en el fondo lo que quiere es acceder, con fines evidentemente lucrativos, a las armas que conservan los alienígenas.




Pero Wikus es totalmente ajeno a esas maquinaciones y nos plantea la segregación y el traslado como algo beneficioso para ambas partes. Humanos y alienígenas vivirán mucho más tranquilos sin tener contacto los unos con los otros.

La narración de la historia se realiza en plan documental, intercalando entrevistas con el propio Wikus, que nos presenta una especie de “making off” de los preparativos, junto con declaraciones de personajes relevantes (periodistas, sociólogos, ingenieros, médicos, políticos, policías, personal afectado, etc.) y trailers de diversos boletines de noticias. Todo ello le da un aspecto de credibilidad y veracidad a la historia que hace contrastar la irrealidad física que nos presenta con la realidad moral que nos hace recordar.




Las escenas están rodadas en Tshiawelo, Soweto, de triste memoria para todos los que tenemos una edad. De hecho el propio título de la película evoca los hechos ocurridos durante los años 70 en el Distrito 6 (en este caso de Ciudad del Cabo) cuando más de sesenta mil personas “de color” procedentes de Namibia, Zambia, Botsuana y Zimbabue fueron expulsados porque la zona fue declarada exclusivamente para “blancos”.

También es de destacar la similitud histórica entre las declaraciones de Wikus, cuando afirma que el traslado se hace para beneficiar a todos, con las razones que en su momento sentaron las bases ideológicas del apartheid.

A principios de siglo XX existía un debate entre la minoría blanca, dominante en Sudáfrica, sobre si se debía o no “civilizar” a la población negra del país. Algunos decían que era una tarea imposible porque simplemente su genética no lo permitiría.

Esta justificación racista fue contestada en 1929 por el antropólogo Werner Eiselen que argumentó que la inteligencia no era cuestión de raza y que no había justificación biológica que argumentase que la raza negra no podía ser tan inteligente como la blanca.

Según lo veía Eiselen, el problema debía abordarse desde un aspecto cultural. No se debería intentar hacer de un bantú un buen europeo, sino un buen bantú. Lo contrario sería un ataque contra su cultura. Así pues, supuestamente para preservar los derechos de las poblaciones bantúes, khoisan y demás grupos étnicos que cohabitaban en al región, se estableció un procedimiento de enseñanza separada, segregada (apartheid en afrikáans) que desembocó en uno de los ejemplos de racismo institucional más flagrantes de la historia.

Así que lo que en principio parecía protectora se convirtió en todo lo contrario. Creo que no era eso lo que pretendía Eiselen, pero cuando uno lanza una idea nadie sabe lo que harán los demás con ella.



El apartheid en particular y el racismo en general han dado pie para muchas historias muy conmovedoras. Como no podía ser menos alguna de ellas se enmarca dentro de la ciencia ficción. Imaginar cosas en el futuro proporciona una justificación ideológica: "vale, esto ahora no pasa, ¿pero quién te dice que dentro de unos años, en otras condiciones, no vaya a pasar?".

¿Y si vienen unos alienígenas súper avanzados y en lugar de ayudarnos nos esclavizan? Debieron pensar los guionistas de V e Independence Day.

¿Y si en un momento somos capaces de crear máquinas capaces de pensar y sentir como las personas pero por desconfianza no les damos todos los derechos? Se preguntaron los de El Hombre del Bicentenario, Blade Runner, Yo Robot y A.I.

Y los de la “animada” Planet 51 ¿en qué pensaban?, pues probablemente en algo así como “en el país de los raros el normal es raro”, cosa que de por sí da sentido al mensaje de la película, aunque también podemos encontrar factores añadidos como la implantación de creencias temerosas para justificar las acciones del poder. Hasta las más inocentes películas infantiles dan mucho que pensar y si no que se lo digan a Walt Disney.

Y… bueno, la lista puede ser mucho más larga. Yo a eso le llamo “sociología ficción” y es uno de los subgéneros más productivos e interesantes dentro de la ciencia ficción.

El caso es que películas como Distrito 9 nos pueden servir para reflexionar sobre conceptos como racismo, segregación, estereotipo, prejuicio, etc. Y ver que los mismos se pueden aplicar en entornos mucho más diversos que los que esperamos habitualmente.

Si ya la has visto sabes a lo que me refiero y si no, queda claro que opino que merece la pena verla.

Saludos,



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domingo, 24 de enero de 2010

Gamer - Sociología Ficción

La ciencia ficción sirve para todo. Es un marco en el que podemos tratar desde visiones científicas hasta puros problemas sociales, sin olvidar que es un escenario ideal para películas de acción o terror.

Tanto es así que a veces uno no sabe en qué género encuadrar una película y muchas veces recibe el calificativo de ciencia ficción simplemente porque transcurre en el futuro o salen naves espaciales.

Con Gamer pasa algo parecido. Nos encontramos en una historia que se desarrolla en un futuro cercano pero que nos presenta un tema de actual, las redes sociales y los juegos “on line” basados en entornos virtuales. ¿Has visto “Los Sustitutos”?, pues es algo parecido pero al revés.

En esta historia escrita y dirigida por Mark Neveldine y Brian Taylor en 2009, se nos habla de una compañía (Castle) que dirigida por un joven genio de los negocios, Ken Castle (Michael C. Hall, que probablemente nos suene por haber protagonizado la serie Dexter) tiene ensimismado a todo el público de los medios audiovisuales con un juego de acción que se llama Slayers.

Castle ya había revolucionado a todo el mundo por medio de un juego que se llama Society, curiosamente similar en ética y estética a Second Life, pero con una particularidad, aquí en lugar de tratarse de un entorno virtual se trata de un entorno real.



Los personajes del juego no son muñequitos de dibujos animados, son personas reales que tienen un implante en el cerebro mediante el que son controlados por los jugadores. Es decir, los jugadores pagan por controlar a los personajes del juego y los personajes son actores que cobran por hacer lo que ordena el jugador.

Los personajes de Society se mueven en un entorno claro y limpio, visten de manera un tanto extravagante y se ven obligados a hacer y decir cosas aunque no tengan ganas de ello. El morbo de la situación se incrementa si pensamos que la atractiva chica del juego en realidad es una marioneta cuyos hilos mueve desde su casa un repugnante jugador en paños menores.



Dado que los personajes son humanos de verdad que no tienen otro remedio que hacer los que les mandan los jugadores, vemos que entre ambos se produce una relación amo-esclavo.

Como dice Ken Castle en una entrevista en la televisión: “Vivimos en sociedad, visitamos “Society”, en fin ¿cuál es… cuál es más real… en realidad?, es decir, en realidad ¿cuál es real?, ¿me entendéis?”. Lo que no deja de recordarme los debates que a veces hemos tenido en Second Life sobre la posibilidad o no de separar de la realidad las experiencias del juego. ¿Qué lo que estoy diciendo es una tontería?, pruébalo tú mism@ y hablamos.

Volviendo a la película, respaldado por el éxito y la experiencia de Society, Castle lanza un nuevo juego todavía más impactante: Slayers. Un combate que también se juega on line… pero en el que de nuevo todo es real, los personajes, las armas… y la muerte.



Slayers es un espectáculo mediático, con millones de seguidores en todo el mundo. Como dice la periodista Gina Parker Sminth (Kyra Sedgwick) en la misma entrevista con Castle: “Si Society nos permitía vivir a través de los demás, Slayers nos permite morir a través de los demás”.

Es un juego de guerra en entorno urbano en el que los combatientes son presos condenados a muerte que participan con el aliciente de que si sobreviven treinta partidas quedarán libres.

Vuelven a estar controlados por medio de un implante cerebral por el que reciben órdenes que se ven obligados a cumplir. Los jugadores les controlan cómodamente desde sus casas. Ellos vuelven a ser meras marionetas que se mueven al son del que maneja los hilos. Simples personajes de un juego que morirán si el que los controla lo hace mal.



Pero si los de Society pueden acabar traumatizados por lo que se ven obligados a hacer, los personajes de Slayers lo tienen mucho más crudo. Su sensación de impotencia es mayor aún porque su supervivencia depende totalmente de alguien a quien no conocen y que no siempre les hace realizar las acciones más adecuadas, esto provoca una sensación de indefensión que puede llegar fácilmente a depresión, si no muere antes en el combate claro.

Todo esto, transmitido en directo para todo el mundo, hace de Slayer un espectáculo morbosamente irresistible.

El héroe del momento es Kable (Gerard Butler) un personaje a la vez duro y justo, al que le quedan tres batallas para alcanzar la libertad. Cuanto más sobrevive más popular es el personaje, pero claro, para mayor grandiosidad del espectáculo ha de morir jugando. Así todo está preparado para que también Kable muera. Es sólo un peón y Castle tiene muchos más proyectos para el futuro.

Si has visto la película ya sabes cual es el desarrollo y el final de la historia, si no, lo dejo para que tú misma@ lo descubras.

A mí me ha parecido una película muy interesante, con el punto justo de acción para enmarcar la historia pero sin recrearse en las escenas sangrientas.

Pero lo que más me interesa es el trasfondo sociológico, por una parte la posibilidad de vivir una existencia ficticia a través de Society y por otra el morbo que genera Slayers.

Como ya he dicho, quien conozca Second Life habrá visto enseguida las similitudes que se plantean con Society. Es prácticamente lo mismo pero ahora se nos plantea la posibilidad de utilizar personas reales en nuestro juego. Quitando esa diferencia podemos hacer lo que nos plazca, elegir un personaje de un sexo distinto del nuestro, vestirle como nunca nos vestiríamos nosotros, interactuar como no nos atrevemos a hacer, arriesgarnos como nunca se nos ocurriría en la vida real...



Si en Second Life nos hace gracia ver al personaje que nos representa vestido de esa manera y haciendo todo tipo (todo tipo, repito) de cosas raras, en Society ocurre lo mismo pero con el morbo añadido de que se trata de personas reales, con lo que temas como el exhibicionismo, voyeurismo y cibersexo adquieren otra dimensión, por poner simplemente ejemplos en los que probablemente ya estabas pensando, ¿no?, vaya, voy a ser yo el único pervertido.



Slayers nos plantea otra opción diferente, fundamentalmente por dos aspectos. Primero, tiene lugar en un entorno violento, nuevamente con el aliciente de que es real. Y segundo, aquí la inmensa mayoría de la gente no participa en el juego, sino que actúa de espectadora. Es una mezcla de videojuego, película de acción y reality show en el que el aliciente de cada partida es ver si al final sobrevivirán nuestros personajes favoritos. Si no es así, el hecho de que hayan muerto o no, no parece demasiado importante.

El caso es que este morboso espectáculo ha enganchado a millones de espectadores en todo el mundo, cosa que podría ser absolutamente creíble si tenemos en cuenta la expectación que despierta Gran Hermano en todos los países en que se emite. Si me permites la broma macabra te diré que creo que prefiero Slayers.

No quiero terminar de hablar de esta película sin comentar unas cosas de su banda sonora. La música es de Robb Williamson y de Geoff Zanelli. Acompaña muy bien la acción de la película, pero quiero destacar especialmente dos momentos que me llamaron la atención. En las escenas del inicio suena "Sweet Dreams", pero no en la versión de Eurythmics sino en la de Marilyn Manson, que es más inquietante.

El otro momento es el de la pelea final de Kable con Castle, en el que éste aparece con sus secuaces interpretando una curiosa coreografía de “Under my skin”. Evidentemente ambas canciones están elegidas con total intención.


Bueno y después de los meses de inactividad en este blog, creo que con esto ya es bastante.

Saludos,



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